martes, 4 de febrero de 2014

Esto salió en Clarín hoy: 

La opción es populismo o liberalismo igualitario

POR MARCELO ALEGRE (UBA-DERECHO) JULIO MONTERO (UBA- CONICET)

La opción es populismo o liberalismo igualitario

04/02/14
En Argentina impera una confusión sobre conceptos como democracia, derechos humanos, mercado, competencia, autoridad, progresismo. También sobre la noción de liberalismo. Y esta confusión, como ninguna, nos ata a falsas opciones.
Ha ayudado a confundirnos la apropiación del término “liberalismo” por parte de la dictadura. Es una técnica similar a la de los estalinistas que bautizaban a sus países como “Repúblicas Democráticas”, pero no por eso dejaremos de reivindicar la democracia.
En el imaginario dominante el liberalismo es una ideología egoísta que defiende un Estado mínimo, la propiedad y el mercado sin límites contra la redistribución del ingreso, la justicia social y la igualdad económica. Liberalismo equivaldría a Consenso de Washington, flexibilización laboral y teoría del derrame.
Si uno se opone a la perpetuación de la pobreza, o a la concentración del ingreso y la riqueza, o a que el Estado sólo proteja a los propietarios, entonces no tendría más remedio que declararse antiliberal.
A su vez, dado el fracaso de los socialismos reales, si uno es antiliberal no le queda otra que abrazar alguna variante de populismo. Por último, si el populismo supone degradar la democracia, ese vendría a ser el precio inevitable de la igualdad. Esta es la trampa populista, que cuenta con la complicidad de políticos e intelectuales que odian la modernidad y la democracia constitucional.
Esta visión sobre el liberalismo es falsa y parte de distorsionar uno de sus rasgos distintivos, el valor especial de la libertad (en palabras del Premio Nobel Amartya Sen).
El liberalismo niega lo que el populismo afirma: que avanzar en la igualdad social y económica requiera debilitar el Estado de derecho, menospreciar los derechos constitucionales y dividirnos en réprobos y elegidos.
No hay desigualdades buenas y malas: el liberalismo, a través del Estado de derecho y los derechos humanos, nos protege contra todas, y prioritariamente contra las más detestables, como las desigualdades raciales, étnicas y religiosas, así como contra las desigualdades políticas: la propaganda facciosa, la persecución de la disidencia, la falsificación de la información pública, el hostigamiento a quienes investigan al poder, etc.
El liberalismo ha sido una ideología emancipatori a, contra los privilegios nobiliarios y a favor de la igualdad de derechos y las revoluciones democráticas. Hoy defiende la separación entre iglesia y Estado, la despenalización de las “ofensas morales”, la eliminación de las desigualdades sexuales, la erradicación de la pobreza y la acción positiva a favor de los grupos postergados.
La protección especial de la libertad no supone ningún compromiso con las ideas del Consenso de Washington o la teoría del derrame, que en la ancha avenida del pensamiento liberal contemporáneo son poco representativas, sino directamente marginales. De hecho los programas de Reagan y Thatcher en los ’80, del Consenso de Washington en los ’90 y del Tea Party hoy, son producto del pensamiento libertario, una escuela representada por autores como Nozick que ha surgido como reacción frente al ideario liberal.
El liberalismo contemporáneo es, al contrario, esencialmente igualitario.
Inspiró a la socialdemocracia europea, al New Deal americano, la emancipación de la mujer y la revolución global de los DD. HH. (Ninguna de las imposturas del populismo es tan obscena como la de enmascararse detrás de los derechos humanos, la creación más importante del pensamiento liberal).
Como explica Ronald Dworkin, los valores liberales conducen al Estado de bienestar o a un socialismo democrático de mercado. En su Teoría de justicia –la obra capital del liberalismo del siglo XX- John Rawls sostiene que una sociedad es justa cuando, además de respetar los derechos civiles y políticos, garantiza a todos una igualdad real de oportunidades y cuando distribuye los recursos de manera de elevar al máximo la posición de los que menos tienen. Rawls propone una democracia de propietarios con amplia distribución de la propiedad y el ingreso. Y Carlos Nino ha explicado que el liberalismo exigeexpandir la autonomía de todos a través de una redistribución de recursos al servicio de la libre elección de planes de vida. Esto exige el reconocimiento de derechos sociales, impuestos progresivos, y salud y educación pública universales.
Escandinavia, no el Chile de Pinochet, es la verdadera utopía liberal.
En la tradición política argentina no abundan los verdaderos liberales.
El más cercano en el tiempo fue Raúl Alfonsín, el gran socialdemócrata que afirmaba que la democracia debía alimentar, curar y educar y que no existe democracia plena sin igualdad.
La opción entre liberalismo anti-igualitario y populismo prebendario no es genuina. Hay una alternativa mucho mejor: un liberalismo igualitario que combine el respeto por el pluralismo y la división de poderes con un Estado activo puesto al servicio de hacer más iguales a los iguales. El liberalismo es la doctrina de la libertad y de la igualdad. Si pudiéramos disipar esta confusión habríamos dado un gran paso. Entenderíamos que el autoritarismo, la demagogia, la corrupción y la beligerancia discursiva no son el precio de la igualdad y que ésta requiere de una democracia plena. Ese quizás sería el año cero de nuestra vida democrática.