A 30 años del Juicio a las Juntas
Tuve el increíble honor de ser invitado a hablar en el acto de ayer en la Facultad.
Esta es la taquigráfica de mi breve intervención:
Buenas tardes.
Era estudiante en esta Facultad cuando se desarrolló el Juicio a las
Juntas.
¿Cómo lo viví? Mi primera vivencia trasciende mi carácter de estudiante.
Era un joven más, que había vivido su adolescencia en la dictadura. Como todos
sufrí el clima de censura, de hostigamiento a la juventud, y la concepción
retrógrada de la Universidad y del Derecho en mi primer año aquí, que fue el
último del llamado Proceso. Dos recuerdos. El primero: en sexto grado una
mañana de invierno los preceptores de mi escuela nos decían que los monjes
palotinos asesinados la noche anterior en la Parroquia de San Patricio a
pocas cuadras de mi escuela no fueron víctimas de la guerrilla como informaban
algunos diarios, sino del gobierno. El segundo es de la secundaria en el Liceo
10 de Almagro, donde varios de mis compañeros eran hijos de presos políticos,
recuerdo como alguno de ellos era martirizado por su apellido (que era muy
conocido) por la profesora de castellano.
Al ver a quienes fueron durante 8 años los dueños de la vida y de la
muerte sometidos a la justicia civil, y ponerse de pie cuando ingresaban los
jueces a la Sala la sensación era de gran alegría. Recién comenzaba a educarme
en una justificación no retribucionista de la pena. En ese momento creo que
viví el Juicio como un desquite, disfrutando lo que veía como la humillación de
los máximos jerarcas de la dictadura al estar sometidos a la justicia de la
democracia.
Esa reacción visceral, no teórica, se fue enriqueciendo con el tiempo y
con el desarrollo de mi vida académica en la Facultad. Como colaborador de
Carlos Nino fui conociendo los detalles de la arquitectura jurídica del Juicio.
Años después comprendí, gracias a Nino, una de las muchas claves del Juicio. A
comienzos de los noventa, un jurista progresista de Yale, Bruce Ackerman, en su
libro El Futuro de la Revolución Liberal, abogaba porque las nuevas democracias
de Europa del Este se apartaran del sendero argentino. En vez de enfocarse en
la justicia retroactiva, que según Ackerman divide a la sociedad y la vuelca al
pasado, debían enfocarse en las reformas estructurales, que unen a la sociedad
de cara al futuro. De la mano de Nino entendí el error de Ackerman. El Juicio,
además de un ejercicio ejemplar e inédito de justicia transicional, fue una
reforma institucional en sí mismo, ya que puso fin a la idea de una casta
militar ubicada por encima de la ley.
Más tarde aún, viví el Juicio a través de los ojos de un conjunto de
académicos extranjeros que asistieron a las audiencias y volcaron sus
reacciones en ensayos inolvidables. Por ejemplo, el inolvidable texto de Ronald
Dworkin, Doctor Honoris Causa de esta Universidad, titulado Un Informe desde el
Infierno, que luego sería el prólogo de la edición inglesa del Nunca Más. Allí
Dworkin, además de reivindicar el Juicio como un gran avance en la lucha
universal para construir un “tabú contra la tortura”, reflejaba su perplejidad
ante los hechos de violencia sexual reflejados en las audiencias.
Con el tiempo, y conversando con Luis Moreno Ocampo, también entendí que
El Juicio es un gran orgullo para la Universidad de Buenos Aires. La mayoría de
los jueces y fiscales del Juicio fueron estudiantes, graduados, y docentes de
nuestra facultad. Varios fueron discípulos de dos grandes figuras de esta
institución, Luis Jiménez de Asúa, el Presidente de la República Española en el
exilio y eminente profesor de derecho penal; y de Ambrosio Gioja, profesor de
Filosofía del Derecho. También fueron o son parte de esta institución los
juristas como Malamud Goti, Carlos Nino o Martín Farrell que tomaron parte en
el diseño del Juicio, en la integración del nuevo Poder Judicial de la
Democracia, y muchos de los jueces de la Corte que un año después, en 1986,
confirmó la sentencia del Juicio en la Corte Suprema como Genaro Carrió,
Augusto Belluscio, Enrique Petracchi, y el actual miembro de la Corte, el Dr.
Carlos Fayt.
Esta Facultad, entonces, siente la responsabilidad de mantener vivo el
legado del Juicio. En ese sendero, algunos hitos son la incorporación de
Derechos Humanos como asignatura obligatoria en 1985; la graduación, en los 90
de los primeros egresados del nuevo Plan de Estudios que hoy son protagonistas
de la lucha por los derechos humanos como presidentes de ONGs, magistrados,
funcionarios, académicos dentro y fuera del país, etc; la creación de las
clínicas jurídicas en la década del 90, plasmando la noción de que las
Facultades de Derecho son parte de la estructura de soporte de los derechos
humanos, como lo propone Charles Epp; la creación de la Maestría en Derecho
Internacional de los Derechos Humanos en 2008; la creación hace un año del
Centro de Derechos Humanos de la Facultad; y la elección como Decana de una
Profesora Titular de Derechos Humanos, Mónica Pinto, que ha venido
profundizando la mirada de derechos humanos y de género en la conducción de
esta casa.
Un párrafo aparte merece el Programa reciente de la Facultad llamado:
“Los Estudiantes Vamos a los Juicios”. En el punto 30 de la Sentencia del
Juicio a las Juntas la Cámara Federal ordena abrir nuevas causas para
investigar a los comandantes de zona y subzona así como “a todos aquellos que
tuvieron responsabilidad operativa en las acciones”. Si el Juicio a las Juntas
contribuyó por un lado a lo que Kathryn Sikkink llama una “cascada de justicia”
global contra la impunidad frente a las violaciones masivas de derechos
humanos, también activó una cascada interna de justicia, que continúa en
nuestros días. La Facultad acompaña decididamente la continuidad de los
juicios, por ejemplo ofreciendo un seminario teórico-práctico sobre Justicia y Memoria, que incluye la asistencia a juicios en trámites por delitos de lesa humanidad.
También con Moreno Ocampo tomé conciencia de la potencialidad del Juicio
para iluminar e inspirar las políticas públicas que el país precisa. Por
ejemplo, primero, se trató de una estrategia jurídica y política afirmada en
una profunda solidez técnico-jurídica. Segundo, se trató de una estrategia que
buscó desde el comienzo la más amplia base de sustentación política, comenzando
por el apoyo de los dos partidos mayoritarios. Tercero, se trató de una
estrategia que se llevó adelante con mucha eficacia y celeridad, ya que en
menos de dos años se anuló la autoamnistía, se reformaron las leyes que
hicieron posible El Juicio, se superó la instancia de la justicia militar, se
llevaron a cabo las audiencias de juicio, en las que centenas de testigos
documentaron el horror de la represión clandestina, se produjeron los alegatos
(incluyendo el histórico alegato que concluyó con la famosa expresión de Julio
Strassera: “Señores Jueces, Nunca Más”), y se dictó sentencia.
Debo mencionar a quien con su visión y liderazgo hizo posible el Juicio a las Juntas. Confesé al inicio que mi reacción inicial frente al Juicio fue de desquite, al ver sometidos a proceso y luego condenados a quienes se habían investido en los custodios de la moral nacional. Esa comprensión primera fue enriqueciéndose y modificando con el tiempo. En la campaña electoral de 1983 los jóvenes cantábamos “paredón, paredón…” y el orador siempre nos hacía reflexionar, diciéndonos, “Nunca más la violencia en la Argentina”. Me llevó mucho tiempo entender el alcance de su política de justicia transicional, que eclipsaba cualquier lectura del Juicio en clave revanchista u oportunista. Se trataba, en cambio, de sentar la base ética de la democracia. Owen Fiss, también Doctor honorario de la UBA y uno de los académicos invitados a presenciar el Juicio, lo expresó recientemente en términos difíciles de mejorar. Fiss es constitucionalista y un crítico intransigente de las políticas pro-tortura de Bush y de la decisión de Obama de no investigar estos abusos. En un libro reciente, para evaluar a Obama a este respecto, lo compara con nuestro Presidente de entonces, con estas palabras que elegí para concluir:
“Obama
tal vez pensó que su poder era limitado. O que una política más robusta en
derechos humanos habría dificultado otras iniciativas… Es imposible saber si
fue así y si ese miedo estaba justificado. Nunca sabremos bien las razones por
las que Obama decidió continuar muchas políticas antiterroristas de Bush y no
investigar los abusos, pero las consecuencias son innegables. Obama incumplió
su promesa de ser leal a los valores de la nación. Esto me ha llevado, de
manera más profunda que nunca, a apreciar qué líder extraordinario fue el
Presidente Alfonsín y por qué el Juicio de 1985 siempre tendrá un lugar de
honor en la historia. Los desafíos que Alfonsín confrontó en la transición
fueron, desde toda perspectiva, mucho más graves que los que enfrentó Obama.
Pero Raúl Alfonsín lo arriesgó todo por ver que se hiciera justicia.”
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